Una ciudad tan maravillosa como Baeza merece un amplio catálogo de restaurantes singulares, únicos, de ensueño. En primer lugar porque tiene un patrimonio artístico y cultural único en Europa pero también por ser una de las grandes capitales del mundo del Aceite de Oliva Virgen Extra.

Lamentablemente queda muchísimo por hacer. Aunque en nuestra última visita hemos tenido la suerte de disfrutar de un restaurante realmente encantador, Palacio de Gallego. El perfil gourmet perfecto para este tesoro del Renacimiento. Manolo compro el palacio hace años y lo ha convertido en uno de los espacios gastronómicos emblemáticos en Andalucía. Muy coqueto y refinado. Buena carta de vinos, servicio esmerado y con un importante recorrido gastronómico que seguir realizando.

El entorno es memorable y la reforma del palacio se ha realizado con muchísimo gusto y mimo. Los artesonados del techo de la zona de la barra merecen una visita. Tiene un delicioso jardín que hace las delicias de los comensales en verano.

El Aceite de Oliva Virgen Extra ocupa un lugar fundamental, con las colecciones de botellas expuestas, aceitunas como aperitivo y un buen chorreón en el plato para comenzar. Probamos el recién cosechado Olivsur, un buen representante de los excelentes picuales que se elaboran en la zona.

La carta nos pareció un poco reducida y lamentablemente no tenían la morcilla a la brasa de olivo que nos había cautivado en carta. Arrancamos con una enorme y bien conseguida ensalada de naranja, queso de cabra y nueces. Pero con lo que disfrutamos enormemente fue con los huevos con aceite, gambas y jamón. Plato estrella. Sólo por tomarlos y conocer el restaurante merece la pena volver a Baeza. Se preparan en la mesa, revolviéndolos con maestría y la experiencia es suculenta.

Acompañamos la degustación con un buen tinto de la zona, Campoameno, 100 por cien syrah de la bodega del mismo nombre. Un vino joven con envejecimiento de 3 meses en barricas nuevas de roble americano de excelente resultado y precio rompedor.

De postre una deliciosa leche frita. Un postre que es una exquisitez si está bien elaborado, pero que forma parte del catálogo gastronómico viejuno de donde debe de salir.

Como broche final un paseo por las instalaciones de la mano de su propietario, Manolo, absolutamente entrañable, conocer de buenos vinos que comparte su pasión con sencillez. Como nota curiosa comentar que habla exactamente igual que el humorista José Mota, lo que introduce una nota de color en la conversación.

Seducidos por el espacio, la comida, el vino y el ambiente. Una delicia renacentista a la que volver siempre. 

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